lunes, 27 de octubre de 2008

Una tradición muy mexicana, día de muertos y las calaveras

La tristeza y la alegría de la muerte en una fiesta muy especial.


“El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:
El gusto por la muerte y el amor a las flores.
Antes de que nosotros “habláramos castilla”
Hubo un día del mes consagrado a la muerte;
Había extraña guerra que llamaron florida
Y en sangre los altares chorreaban buena suerte.
También el calendario registra el día flor.
Día Xóchitl. Xochipilli se desnudó al amor
De las flores. Sus piernas, sus hombros, sus rodillas
Tienen flores. Sus dedos en hueco, tienen flores
Frescas a cada hora. En su máscara brilla
La sonrisa profunda de todos los amores.”

Así escribiría en su “Discurso por la flores” el maestro Carlos Pellicer Cámara, nombrado por sus contemporáneos “El Poeta de América”, al referirse a la extraña coincidencia entre el “día muerte” de los nahuas y el “día de fieles difuntos” de los españoles.
Así, noviembre es en México, un mes con significación muy especial. Se le rinde “culto” a la muerte.
Pero esta celebración es una mezcla de tristeza y regocijo. De llantos y de música. De comida y abstinencia. Es, en sí, una celebración a la dualidad de nuestra existencia. La vida y la muerte.
Los dos primeros días de noviembre, los panteones en México se llenan de alegría y de tristeza. Las tumbas de los que se nos han adelantado en el viaje final, se limpian, se adornan.
En los hogares se erigen altares a los familiares idos. Se rezan novenarios. Se encienden velas, se incinera copal. Se llena de flores. Se preparan los platillos, las bebidas y los dulces favoritos de los muertos. Se les ofrecen.
Sus retratos están ahí, todos, unidos comiendo, bebiendo. Se hacen calaveras de azúcar. Los vecinos y amigos son convidados. En un lugar especial, dentro del altar, se coloca una vela, agua y tortillas para aquellos que no tienen quién les recuerde.
Un camino de flores de cempoaxúchitl, flor de color amarillo intenso, indica el camino a los muertos rumbo al festín, ya sea en el altar familiar o en el panteón.
El uno de noviembre se vela a los niños, durante el día. Al atardecer, se limpia todo y se comienza de nuevo para esperar el día siguiente, “día de muertos”. Durante la noche, se llora, se canta, se ríe, se reza, se come, se bebe, alrededor del sepulcro familiar.
También, desde hace un siglo, es época de “calaveras”. José Guadalupe Posada (1857-1913), litografista y grabador mexicano, es quien iniciaría esta tradición al emplear calaveras que en la mayoría de los casos representaba a quienes eran objeto de sus críticas y que pertenecían al gobierno, a la clase pudiente y al pueblo de su tiempo. Son generalmente, versos o rimas satíricas cortas, aunque no se descartan las que narran todo un evento o suceso. Para

muestra un botón, reza el refrán:
Llegó como sacada,
Toda ella de la nada,
Desde su gobernada Alaska,
Que su miope mirada abarca,

Afirmando que pude ver Rusia
Sin catalejo de la CIA.
Ignora que dos estados,
Por Georgia afectados,

Quieren arrejuntarse
Y que Rusia las abanderice,
Ella de los hechos ignorante,
Quiere ser de USA vicegobernante.

No pudo sufrir la flaca
A la Palin y la puso pálida
A fuerza de golpe de maraca,

Ya la llora la republicanada,
Que le perdonó gastar fortuna
En vestuario y aunque en la urna
No tuviera de votos, ni tuna.

El comienzo de la tradición

El calendario mexica o azteca, marcaba dos meses especiales para celebrar la muerte. El noveno mes, llamado Micailhuitontli o “Pequeño Festín de los muertos” comenzaba el 8 de agosto, según nuestro calendario. De acuerdo a Fray Diego Durán, en su “Libro de los Dioses y los ritos del Antiguo Calendario“, en ese mes se celebraban una serie de fiestas en honor de los niños que habían muerto, y además como preparación para el décimo mes Xocotl Huetzi o “Gran Festín de los muertos” dedicado a los adultos muertos.
Durante el noveno mes (cada mes del calendario mexica tiene 20 días de duración), fiesta principal tecpaneca, que incluía a los pueblos de Tlacopan, Coyoacán y Atzapotzalco, se cortaba el árbol más grande que había en los alrededores y se le quitaba la corteza y se ponía en la entrada de la ciudad o del pueblo. Los sacerdotes bailaban, cantaban al son de trompetas y el árbol permanecía a lo largo de los 20 días. No se hacían sacrificios humanos, pero había diferentes penitencias que el pueblo en general hacía. Al mismo tiempo se hacían diferentes rituales en que las madres participaban con la confianza de parte de los sacerdotes de que los niños no morirían jóvenes ese año. Las cosas cambiaban en el décimo mes. Es a partir del primer día del mes en que los sacrificios humanos tomaban forma con los sacerdotes utilizando su trajes de gala. El madero era cortado y puesto en el templo de Xocotl Huetzi, y tenía un adorno, por lo general un ave, en la parte superior que los hombres trataban de bajar. Una vez que esto era logrado el madero era derribado en el amanecer. Antes de ello, se rodeaba con gran cantidad de comida y pulque, en esa época considerado sagrado, y el tronco era adornado con gran gala. Los hijos de los nobles se adornaban con gran gala y se realizaban innumerables ritos. Era un día de gran festín e indulgencia que incluía a todos los habitantes de la ciudad o pueblo.
“Ahora, he visto que se celebran en la fiesta de todos los santos y el día dos los fieles difuntos los mismos ritos, lo que me hace pensar que es una manera de seguir con los viejos ritos, pero no lo puedo afirmar” escribe Fray Diego Durán en su libro.

Elementos tradicionales utilizados en los altares según la tradición maya-chontal
Altar con palia (palia mantel especialmente bordado).
Altar de tres planos.
Cielo (banderas en papel china).
Crucifijo
Cruz negra.
Palmas.
Fotografía de él o los difuntos a quien se le ofrece.
Imagen religiosa, comúnmente Virgen del Carmen, el Sr. de Tila o el santo de la devoción del ausente.
Rosario.
Escapulario.
Estoraque (resina olorosa)
Sahumerio de barro. (Recipiente).
Recipiente con agua limpia.
Sal.
Adornos de papel de china en color blanco y morado.
Flores naturales y de papel de color amarillo, rojo, blanco.
Flor roja, tulipanes, mano de león, bandera.
Flor blanca, gardenias, azucenas, copo de nieve, mariposas.
Flor amarilla, cempoal.
Objetos personales del difunto que lo identifiquen.
Albahaca.
Silla o Cojín enfrente del altar (para el o la rezadora).
9 velas de sebo.
1 vela para el ánima sola.
Bases naturales para colocar las velas (naranjas o caspejo de plátano).
Racimos de guayapul.
Yaguas o espata (para colocar alimentos sobre el fuego, para evitar que los animales los coman).
Hachón (vela gruesa de cera).
Tierra presente en cualquier forma.
Petate en el piso.
Frutas (de la región o que fueran del gusto del difunto).
Verduras, lo mismo.
Dulces, lo mismo.
Guisos de la región.

"Una sola piedra puede desmoronar un edificio.
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)
Escritor español"

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡En ningún lado de la linda lista veo el alipus, ni el pulquito, ni el tequila!, ¿cómo es posible?

Chelamonster

Nahuí Ollín dijo...

Gracias por el comentario y además de pertinente tiene toda la razón estimado Chelamonter. Claro que podríamos decir que en la parte que reza objetos que identfiquen al muertito, podríamos incluir todas esas bebidas espirituosas.
Pero, gracias por la contribución a una de las partes más importantes del altar.
Dejarles su alipús y convidar del mismo a quienes se unen a uno al panteón o en casa, o en ambos.